Ostentación de poder

27.06.2014 00:50

Dos palabras han sido repetidas innumerables veces para referir a lo que ha generado la infame sanción aplicada por la FIFA al futbolista uruguayo Luis Suárez: indignación e impotencia. La indignación estriba en la arbitrariedad de una decisión que, además de ser injusta, es ejemplarizante en el peor de los sentidos, ya que advierte mucho menos que sobre aquello que puede pasarle a quien cometa una cierta infracción a las reglas, sobre la capacidad de la FIFA de aplicar la ley a discreción, eligiendo la oportunidad y el blanco al antojo de los "jueces" de turno. Allí mismo es donde comienza la impotencia, cuando nos damos cuenta que el todopoderoso con la pelota en los pies es un pobre indefenso enfrentado a los dueños de la pelota.

El fútbol, a veces, desnuda la compleja trama de la dinámica del poder ante los ojos de millones de personas. La arbitrariedad en la aplicación de las reglas, el juzgamiento sumario y la saña manifiesta contra Suárez, hacen de este caso una ostentación de poder tal, que pocos de sus dueños en el mundo pueden darse el lujo de lucir a este nivel de desparpajo, impunidad y ordinariez.

Me adelanto a decir que, en el plano estrictamente deportivo, Luis Suárez merecía algún tipo de sanción, y que seguramente una decisión justa implicara que el jugador se perdiera, quizás, el número de partidos que le queden a Uruguay en el campeonato. Es evidente que en la historia del fútbol, tanto Uruguay como todos los equipos del mundo han sufrido decisiones injustas en su contra; mañana mismo, una tarjeta roja equivocada puede quitarle a Uruguay a un futbolista del partido en disputa y del siguiente, sin provocar la indignación y la impotencia que esta sanción han generado.

Es que la sanción a Suárez trasciende a sus efectos deportivos y la indignación tiene poco que ver con las posibilidades de Uruguay en la Copa del Mundo sin su mejor exponente. Además de ser arbitraria, la decisión de la FIFA va más allá de la penalización, buscando lisa y llanamente la humillación del ser humano involucrado. No basta con no dejarle jugar nueve partidos; se le impide trabajar por cuatro meses, ingresar a un estadio o permanecer en el mismo hotel que sus compañeros de delegación. La sanción impuesta es la versión futbolística del destierro, castigo apenas un escalón por debajo de la pena de muerte, que extrapolada al fútbol consistiría en literalmente mutilarle las piernas al deportista devenido en reo.

Este episodio confirma que la FIFA, además de ser conducida por una execrable pandilla de corruptos de alta gama e imponer su poder por sobre todo poder establecido, es una organización regida por principios políticos lindantes con las formas más aberrantes y precarias de absolutismo. Tomando el caso puntual ya como un indicador de algo mucho más grave, la situación demuestra que las posibilidades de defensa y las garantías para un juicio justo a Suárez estaban absolutamente obturadas desde el inicio. Una resolución favorable al jugador sólo habría sido posible por conveniencia para la FIFA o por benevolencia de los déspotas que la gobiernan.

Un párrafo aparte merecen quienes, actuando como punta de lanza, procuraron dotar de legitimidad mundial a la medida de FIFA. Muchos medios de comunicación, en especial ingleses, hicieron de la sanción a Suárez una cruzada a favor del juego limpio. Es que a los inventores del fútbol, con su rémora colonialista, seguramente les resulte inadmisible que aquel al que le permiten tener un lugar en su olimpo deportivo no se incline ante ellos entre admirado y agradecido. Suárez es un uruguayo irrecuperable, que no puede ni quiere adaptarse a sus formas, y se da el lujo de, sin ser un gentleman, ser el mejor entre todos ellos. Para colmo de males, es capaz de morder la mano que se arroga darle de comer, hacerle dos goles a Inglaterra y mandarlos para su casa; esa es, sin dudas, la mordedura que a ellos les duele.

Y en el medio de todo este embrollo, hay un simple tipo que debe estar con el dolor en el alma de cargar con las responsabilidades propias en toda esta situación, que ha sido objeto de burdos análisis psicológicos, al que no le debe entrar en el cuerpo todo el afecto y el apoyo que el pueblo uruguayo le está brindando. Entre todos los perfiles de la personalidad de Suárez que se han esbozado, ninguno ha sido capaz de figurar que llorar por la emoción de un gol, meter la mano por desesperación o morder por ansiedad e impotencia, son las distintas aristas del amor a una causa: la camiseta celeste. Entre tanta mezquindad e intereses desalmados, encontrarse con el amor y sus pulsiones, aún las negativas, es un hallazgo de humanidad con el que solidarizarse.

¡Fuerza Luis!

Foto: Tenfield


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